
Mucho se habla de la cantidad de personas contagiadas, los fallecidos y todo lo relacionado con las secuelas físicas de la enfermedad, pero, son pocos lo que le han prestado atención a lo que queda después de sobrevivir al mortal virus.
Para entender un poco mejor los efectos secundarios, vamos a hacer un recuento de lo que hemos vivido en este corto periodo de tiempo. La Covid-19 se concibe como una enfermedad de tipo infecciosa causada por el coronavirus. Los primeros reportes de la enfermedad se realizaron en Wuhan, China, el 31 de diciembre de 2019.
Por su rápida expansión en el mundo y muertes por contagios, fue declarada como pandemia en marzo de 2021 por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Del origen del Covid-19 solo se puede decir que ha sido muy controvertido. Hasta su aparición no se sabía nada de esta cepa, lo que ha dado pie a especulaciones de todo tipo.
Se sabe que proviene de los virus tipo coronavirus que son los causantes de enfermedades respiratorias leves como los resfriados comunes, hasta las más graves. En consecuencia, tenemos la neumonía, el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS) y el síndrome respiratorio agudo grave (SARS).
Desde entonces, la Covid-19 ha causado la muerte de miles de personas en todos los continentes del mundo. Para el día 11 de julio de 2021, han fallecido aproximadamente 3.435.997.
Está claro que el Covid-19 sumergió al mundo en una emergencia de salud pública, perturbando la salud mental de miles de personas. Al mismo tiempo las personas han padecido de estrés colectivo generado por la medida de cuarentena, el aislamiento social y las restricciones de movilidad.
En cuanto a sus consecuencias patológicas, recientemente, estudios médicos están descubriendo las secuelas que puede dejar latente en las personas recuperadas, a nivel físico y mental.
Hasta ahora, se han logrado describir las consecuencias psicológicas del COVID-19, que ha formado en el colectivo mundial la pandemia. En una situación de miedo e incertidumbre, ha generado una ansiedad colectiva que ha arropado a niños, ancianos y adultos, de todo el mundo.
Entre los efectos psicológicos más notables y con mayor presencia en la población, tenemos:
Estas consecuencias no se presentan de igual forma en todos los pacientes que han padecido la enfermedad, algunos, lo manifiestan en menor y otros en mayor escala.
Con el fin de minimizar las consecuencias psicológicas del COVID-19, internacionalmente, han propuesto tres líneas de acción que intentan atenuar las reacciones ansiosas y/o negativas de los habitantes.
En primer lugar, ante la imposibilidad de eliminar las medidas de aislamiento de manera radical, aconsejan implementar medidas de intervención. Todas estas van orientadas a mitigar los efectos negativos que tienen el aislamiento sobre la salud mental.
En segundo lugar, se están tomando medidas para priorizar las intervenciones y medidas preventivas sobre los grupos más vulnerables, niños, adolescentes, adultos mayores, ancianos y personal médico.
Y por último, reforzar los sistemas de salud público, en especial los servicios de salud mental como respuesta a los retos que están por llegar.
Las consecuencias psicológicas del COVID-19 pueden verse reforzadas por otras situaciones que pueden agravar mucho más la situación. Por ejemplo, las condiciones de pobreza, vulnerabilidad, las personas con patologías clínicas de enfermedades mentales, o de otro tipo.
El mundo, por ahora, no pretende volver a la normalidad que vivíamos antes de la aparición de la pandemia. En este sentido, a nivel global, es necesario orientar programas de resiliencia a la población como medida para mitigar las posibles consecuencias psicológicas del COVID-19. Sin embargo, a nivel individual, es totalmente necesario acudir a donde un profesional a que te ayude a gestionar todas las consecuencias del COVID-19.